—Estáte quieto, Igor. Enseguida termino de vestirte. Y con cariño y dulzura, deposita al pequeño en el tosco corral infantil que, como todo en la isla, está construido con madera. Entre borrachera y borrachera, lo ha ido armando Iván y, quizá, sea lo único útil que su marido ha hecho desde la boda, cuatro años atrás. Después de arreglar al niño, Katia mira en el espejo de metal bruñido sus claros, casi transparente ojos, que se animan con ilusionado reflejo. Es el día fijado. Han transcurrido cinco largos meses de espera, cinco interminables meses, desde que se despidió de Mijail Trutowsky, y, según la promesa del hombre, hoy se reunirán cerca del pequeño molino de viento, entre los árboles y setos que crecen al borde del río. ¡Cómo ha esperado ese día! ¡Cómo, a lo largo de las últimas semanas, ha ido escudriñando la superficie del agua para percibir el más leve vestigio de deshielo! Desde finales de...