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Mostrando entradas de junio, 2013

Sensibilidad poética al servicio de un corto pero encantador cuento. (Agustín Mañero)

                                                                                    Los peligros del bosque. —Caperucita, coge esa cesta con provisiones y llévasela a la abuelita. Llevas varios días sin ir a verla y ya sabes lo sola y desamparada que está. No te entretengas por el bosque; merodea el lobo y podría comerte. Ataca, sobre todo, a los niños y a los ancianos. —Ya voy, mamá —responde, sumisa, la niña. Y así, alegre por volver a casa de su abuelita, la pequeña alcanza las estribaciones del bosque. Allí, se entretiene observando los rojos y blancos de una amanita muscaria, gira la cabeza para guiñar un ojo al verderón serrano que gorjea, sonríe a la lagartija que repta, se sienta en el mullido musgo que tapiza la sombra del enorme roble y se empapa del variado embrujo nemoroso. De pronto, le viene a la memoria el peligro anunciado por su mamá y, olvidando las mil tentaciones que le ofrece la foresta, reanuda el camino. Siente hambre y tentada está de tom

En plenas facultades (Agustín Mañero)

Genaro piensa que, a veces, la vida es injusta. A él no le ha tratado según sus apetencias e inclinaciones y durante toda su existencia ha tenido que refrenar sus ímpetus aventureros y sus deseos de actuaciones temerarias. ¡Con lo que él hubiese dado por cumplir sus soñadas hazañas! Nació en el seno de una acomodada familia. El padre, militar de alto rango, hijo de militar de alto rango y nieto de militar de alto rango. La madre, sus labores, ¿qué labores? Recibía visitas, tocaba el piano y recitaba a Antonio Machado; mal, pero lo hacía. Y ¿él? Fue hijo único, más bien esmirriado, poquita cosa. Siempre quiso un hermano, pero, al parecer, su madre creyó haber cumplido con la sociedad aportando aquel vástago. Doña Leonor consideraba de mal gusto los prolegómenos y la gestación de vástagos. Genaro fue muy aplicado en sus estudios. Obtenía excelentes calificaciones, aunque en el aspecto físico y deportivo no brillase. Este eufemismo se empleaba para decir que era u

El placer de conversar.(Agustín Mañero)

          Llegaba Robert. Regresaba de la India y, para Margaret, suponía un acontecimiento importante. No todos los días se puede recibir a un amigo de la familia que llega desde tan lejos, habiendo ejercido un cargo de responsabilidad y habiéndose ganado el respeto de toda la sociedad. ¡Recibir en su casa a un diplomático que acaba de sellar un importante acuerdo para su país! Lástima que Edward no estuviese ya para acompañarla, para abrazar al que fue su gran amigo. Pero la vida es como es; mejor dicho, la muerte.  “ Le recibiré sin mi marido; no será lo mismo, pero lo haré; él lo hubiese querido así”, pensaba la mujer mientras en su cabeza ordenaba los preparativos necesarios para el acontecimiento. “Pocas personas: solamente invitaré al reducido grupo de amigos que, durante los últimos años, antes de partir al extranjero, se relacionaba con Robert”. Siempre había sido un ameno cronista, un buen conversador y, con tanto tiempo transcurrido en un país exótico, con segur

El jefe es de jefe. (Agustín Mañero)

Trino Monteverdi de Mendoza y De las Vegas Marismeñas, hijo del duque del Protectorado Real, tenía ocho años. Crispín Pérez, también. Trino Monteverdi etc... era un tarugo; Crispín Pérez, espabilado e inteligente. A Trino le llevaba al colegio Bautista, el uniformado chófer de la familia que conducía un deslumbrante automóvil. A Crispín, no. Cubría los seis kilómetros que separaban el colegio de su casa andando sobre sus viejos zapatos. El tarugo —perdón—, Trino llevaba a diario dos bocadillos para el almuerzo. Uno para él y otro para su compañero —que no amigo—, Pérez. A cambio, éste le realizaba las tareas y trabajos que en clase les señalaban para la siguiente jornada. Ponía gran cuidado en hacerlo, procurando que los deberes de Trino fuesen algo más completos que los suyos. Aún así, Trino —su mamá, en casa le llamaba Trinito y cuando, ya algo mayores, lo supieron en el “cole”, con saña juvenil le llamaban T.N.T. por aquello del Trinitrotolueno— obtenía calificaciones