Ir al contenido principal

REQUIEM AETERNAM DONA EIS,SÍ, PERO... (Agustín Mañero)

Llevando a su marido bajo el brazo, Martirio Rubielos se llegó hasta la parada de taxis.  Dejó la maleta al conductor y penetró en el coche con Matías Olmedillo.
—Por favor, al aeropuerto de Barajas.
—Sí señora.
Mientras el chófer hacía funcionar el taxímetro, la mujer acomodó al cónyuge a su vera.  Iban a coger el vuelo mañanero con destino a  La Coruña.  Doña Martirio ya había reservado habitación para una noche en el Hotel Finisterre.


Hotel Finisterre
—Señora, ¿habitación doble?  —le preguntaron al otro lado del teléfono.
—No, no.  Individual.  —Matías apenas ocupaba.
Y así fue cómo, la reciente viuda tomó el vuelo hacia la costa, llevando con ella solamente su bolso de mano.  Su marido, el pobre, tuvo que viajar junto a su maleta en la panza del avión.  La cajita no era muy voluminosa, pero pesaba lo suyo, y la viajera estaba segura de que el hombre no iba a quejarse por el acomodo. 
Despegó el avión y estabilizado ya, doña Martirio repasó mentalmente los últimos y luctuosos acontecimientos: la corta enfermedad de Matías, su agravamiento y el óbito en apenas cuatro días;  el funeral, las condolencias, las lágrimas y la lectura del testamento.  El reparto de los bienes de Matías, en régimen de gananciales, le hacía poseedora  de gran parte de la herencia.  También tenían su cuota, como correspondía, Aurora y Paco, sus hijos.  Bueno, no había habido sorpresas en cuanto a la distribución de bienes, pero sí al final de la lectura del documento, cuando el albacea señaló la voluntad del difunto de ser incinerado y de que sus cenizas fuesen aventadas en lugar limpio y sin contaminación alguna.  Daba instrucciones a su santa esposa para que le procurase —aún en forma de ceniza— descanso en un lugar donde no fuese molestado por ruidos humanos.  Este apartado ofrecía una redacción firme e inflexible, pero al tiempo, dejaba translucir confianza y seguridad en su cumplimiento.


Matías había sido deportista.   Le habían atraído las cumbres escarpadas, solitarias y poco accesibles.  Gozaba en el mar, navegando y practicando el submarinismo, e incluso, tocó también el deporte aéreo.  Vamos, que le daba igual tierra, mar o aire.
“En cualquiera de estos medios, claro está, tendré que cumplir su voluntad, pero eso sí, en un lugar tranquilo”, meditaba doña Martirio.  Como a la mujer no le apetecía subir ásperas cimas para que su cónyuge lograse su eterno reposo rodeado de sepulcral silencio y como coger una avioneta para esparcir los restos del finado le daba pánico, optó por viajar a La Coruña y, desde allí, coger un barquito de esos que pasea a excursionistas y, aprovechando la gira, dar húmedo reposo a las queridas cenizas de su hombre.

*          *          *

En la sala de equipajes del aeropuerto coruñés apareció su maleta, pero no la caja de ébano repujado, con incrustaciones de plata, que contenía los cenicientos restos de su esposo.  ¿Dónde habrían ido a parar?  Lo cierto es que el asunto empezó mal desde el principio.  El crematorio, que efectuó su cometido, no destacó por su finura, atención y buen hacer para con los deudos, y las amadas cenizas les fueron entregadas en una caja de plástico.  Martirio, hecha un mar de lágrimas por el trato dado a tan queridos restos, se apresuró a verterlos en el preciado cofre de su difunto, donde había solido guardar documentos de valor, escritos y contratos importantes. Por cierto, ¿qué había sido de las joyas familiares?  Verdad es que ella y sus hijos disponían de sus alhajas, pero existían unos preciados aderezos de altísimo valor que siempre los había conservado Matías y que, en una somera, aunque completa inspección, no habían aparecido.  Más adelante, y conforme se fuese estableciendo la calma en su diario discurrir, ella y sus hijos tratarían de encontrar el conjunto de diamantes, esmeraldas y rubíes que, engarzados o como piezas sueltas, constituían una estimada colección de gemas, a la par que un valioso capital.


Cofre de don Matías
A media tarde, doña Martirio fue informada, desde la oficina aérea, de que su estimada caja se encontraba en Málaga y que en uno o dos días la tendría en La Coruña.  La mujer, a veces, se solía sentir impotente ante las tormentas, las torrenciales lluvias y también ante algunos empleados de ventanilla.
—Deje, déjelo.  Envíeme el cofrecito a Madrid.

*          *          *

El segundo intento —aun aceptando el riesgo de que las cenizas no cayesen del todo en zona tranquila y apacible— fue aéreo.  Asustada, temblorosa, fuera de su comportamiento habitual y con grotesco disfraz de copiloto, la complaciente viuda, portando su mortuorio cofre, subió a la avioneta alquilada para el dichoso menester, que empezaba a ser difícil de cumplir, trabajoso y cargante.  “¡Anda que también podía haber decidido reposar en el panteón familiar, como sus antepasados!  ¡No, si hasta en eso tenía que ser original el puñetero Matías!”  La mujer lo intentó;  quiso, pero no pudo.  Justo al perder tierra, el estómago le llegó a la garganta y, seguidamente, le llegaron las arcadas y le llegaron los vómitos.  El piloto, aun habiendo cobrado por adelantado el viaje, maldijo el momento del despegue y los siguientes, pensando en la pocilga que ahora tenía por habitáculo en su avioneta.  Refrenó el impulso de arrojar a la pasajera por la portezuela, redujo gas y depositó en tierra a la mujer y su cofre.

Panteón de Don Matías
“¿Pero es que no me voy a poder deshacer nunca de esta caja?  No sé si algún día descansarán los restos de Matías, pero yo, ¿cuándo voy a encontrar un momento de sosiego y reposo? ¿Cuándo dispondré de tiempo para buscar las joyas familiares?”, lloró internamente la fatigada viuda.
Todavía le quedaba como recurso la montaña.  Por supuesto que no iba a subir riscos difíciles, trochas peligrosas o realizar escalada alguna; pero, aun sin llegar a semejantes hazañas, siempre podría encontrar en Guadarrama algún lugar donde soltar el pesado lastre que llevaba acarreando desde un tiempo atrás.
Un lunes, depositó —a estas alturas sería más acertado indicar que “lanzó”—el molesto cofre en el maletero de su cochecito, con intención de dirigirse a la sierra.  No conocía a la perfección Guadarrama, pero se acordaba de haber ido en alguna ocasión, acompañando al pesado de su marido, a una zona que con sus mesitas, bancos y hogares, se ofrecía como tranquilo paraje en donde pasar un plácido día campero.  Y allí aparcó la mujer.  Después de un breve paseo circunspecto y habiendo observado la relativa limpieza de la zona —la verdad es que sobre la limpieza de la zona habría mucho de qué hablar, pero ya estaba harta—, sacó del coche el fastidioso cofre y en un rincón alejado, levantó la tapa y comenzó a verter los latosos restos.

Guadarrama
—¡Vaya, no me parece mal.  Todo el mundo esmerándose para mantener el lugar aseado, y ahora viene usted aquí, a tirar basura! —gritó el guarda jurado, con cara de pocos amigos.
—¿Cómo?  ¿Basura?  ¡Sepa usted que ...
—Ni sepa ni gaitas.  Ahora mismo está recogiendo esa porquería y además, le voy a imponer una multa por contaminar zonas acotadas para el esparcimiento y aprovechamiento público.  ¡Habráse visto cara dura!
Otra vez más, Martirio, haciendo honor a su nombre, acordándose de su difunto y sus disposiciones, vio frustrado su intento.  Recogió a puñados las asquerosas cenizas y con ellas, como era de esperar, briznas de boñiga y alguna cagarruta ovina.  Con humillada cerviz y una mala leche incontenible, se dirigió monte arriba.  Llegó a una cortada impresionante que descansaba sobre un inmenso vacío y que parecía tener su fin en un inaccesible barranco y ella, que nunca había sido una mujer arrojada, arrojó con rabia infinita y espíritu de liberación la puñetera caja, con los jodidos restos. 


 “Qué difícil es ser viuda”, se decía al tiempo.  “Pesado de tío”, murmuraba mientras la caja, por efecto de los grandes tumbos, saltos y volteretas, agrietó su tapa y, en cada tropezón, iba perdiendo polvorientos restos de Matías a la par que zafiros, rubíes y diamantes que salían despedidos del doble fondo de la arquita, ante la mirada atónita de Martirio.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La leyenda del Conde Aznar. Primer viernes de Mayo en Jaca (1)

Corría el año 756 de la era cristiana, cuando las hordas agarenas, que tan fácil habían conquistado el suelo hispano años antes, veían como algunos puñados de valientes ibéricos   mermaban sus posiciones tanto por Asturias, agrupados en torno a Covadonga, como por Aragón, agrupados en torno a San Juan de la Peña y a San Pedro de Siresa. Según la tradición oral, reinaba por esas fechas en Aragón Garci Jiménez y al frente de las huestes de Jaca   se hallaba Aznar Galíndez un noble que gobernaba los valles de Echo y Canfranc con el reconocimiento de Carlomagno.   En el año 760 Aznar Galíndez es recompensado con el título de conde por lograr la gesta de   expulsar a los moros de la población de Jaca.  E l primer viernes de Mayo del año 761, según cuenta “la historia”, ocurrió la mítica “Batalla de los Llanos de la Victoria ” que terminó con la victoria de las tropas cristianas de Jaca, la huida de las tropas moras y el nacimiento de la leyen...

ALTABIZKARKO KANTUA

PUBLICADA EN EL SIGLO XVIII Y MUSICADA POR BENITO LERTXUNDI ES LA VERSION MAS TRISTE E IGUAL LA MAS REALISTA DE LA BATALLA GANADA POR LOS VASCOS CONTRA CARLOMAGNO EN RONCESVALLES. LA VERSION VASCA DE LA MITICA CANCION DE ROLAND FRANCESA. Oiu bat aditua izan da Eskualdunen mendien artetik, Eta etxeko jaunak, bere atearen aitzinean xutik, Ideki tu beharriak eta erran du: "Nor da hor? Zer nai dautet?" Eta xakurra, bere nausiaren oinetan lo zaguena(k) Altxatu da eta karrasiz Altabizkarren inguruak bete ditu. [I. Un grito ha sido oído -en medio de los montes de los vascos -y de pie, delante de su puerta, el etxeko-jaun -ha tendido la oreja y ha dicho: -¿Quién está ahí? -¿Qué me quieren? -Y el perro, que dormía a los pies de su amo, se ha levantado y ha llenado con sus ladridos los alrededores de Altabiskar.] II. Ibañetan lepoan harraóots bat agertzen da, Urbiltzen da, arrokak esker eta eskun jatzen dítuelarik; Hori da urrundik heldu den armada baten burrunba. Mendien kopetetarik g...

La Pavana de Ravel. Leyenda del Balneario de Panticosa.

Esta historia, quizás una de las más bonitas del Pirineo, la escuchamos   hace ya unos años, una noche de   invierno, cuando el helado   lago del Balneario de Panticosa confiere una belleza especial al entorno habitualmente nevado en estas fechas, que convierte al circo de Panticosa   en uno de los parajes más bonitos del mundo.                                                                                            Casa de piedra Aquella noche estábamos cenábamos junto al fuego   en la llamada “casa de piedra”...