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LA COMPRA (Precioso cuento navideño de Agustin Mañero)



 Camina pegada a la fachada. El viento no sopla con fuerza, pero a ella se le antoja desapacible en esos últimos días de diciembre. Todavía no han llegado los fríos, aunque han dado señales de que no tardarán. 
Le falta una manzana para llegar a su modesto portal de barrio cuando, frente a LOTERÍAS JULIÁN, doña Cándida percibe un pequeño alboroto; un revuelo desacostumbrado. “¿Qué ocurrirá?” se pregunta la mujer. “¿Habrá tocado algún premio en el local de Julián? Se lo merece el hombre” murmura la mujer que aprecia a la vecindad; a toda la vecindad.


—¡Doña Cándida! ¡Doña Cándida!   —le llaman desde la puerta del local.
La mujer se acerca y, al tiempo, es abrazada por Fermín Serrano. El hombre, que vive en el portal contiguo al suyo, tiene un pequeño negociejo y con él, mal que bien, va saliendo adelante con su familia. 
—¡Doña Cándida! Me han tocado cerca de ochenta mil euros  —exclama el hombre, eufórico por demás—. Quiero que participe usted de mi suerte —añade, seguidamente.  Y, exultante, entrega mil euros a la sorprendida mujer.
Tras aquella barahúnda y alboroto que ha dejado aturullada a la anciana, está se dirige a su vivienda. "¿Por qué me habrá dado ese dinero , Fermín? ¿Será porque he atendido a su esposa en sus partos? ¿Será porque he cuidado de sus hijos en los momentos que se encontraban sobrepasados por sus trabajos? ¿Será por...

La mujer prosigue su camino, aturdida; lo que ella ha hecho por Fermín, por los suyos y por el vecindario en general, no lo valora; nunca lo ha hecho, pues se ha sentido impulsada a hacerlo.  Ella es así: todo voluntad y ayuda.  Arrastra sus años y su viudez con la escasa paga que le quedó al fallecimiento de su Cosme y con ella sobrevive como puede.  No se queja, pero si alguna vez... 
 

¿Quién no ha soñado despierto, alguna vez?  El sueño de doña Cándida es simple, por demás. Fantasea con poseer la bonita toquilla rosa que, con su llamativo lazo del mismo color (algo más intenso, que contrasta con la lana y realza el tono) se exhibe en el escaparate de MODAS JULIA. Muchos días, al pasar frente a la prenda, ensueña el confort y el calorcillo envolvente que aquella lana esponjosa y suave podría proporcionarle en los días invernales que se avecinan. Hasta ahora, se ha venido arreglando con la vieja toquilla verde que comparte con las polillas. Con el tiempo y el uso frecuente de la prenda, ésta clarea su superficie y permite —por entre su rala urdimbre—, que se cuele el relente del exterior.
Entorna los ojos para que la ensoñación sea más real, para vivirla de manera casi táctil y se estremece de placer.
Bueno, ahora tiene un dinero llovido del cielo y, con él, se va a dar el gustazo de hacerse con su soñada toquilla. Cincuenta euros vale la prenda y cincuenta suspiros exhala doña Cándida, cada vez que piensa en ella.  La comprará la semana que viene, pues ha oído que MODAS JULIA, con motivo de la Navidad, va a tener algún detalle con los compradores. Tiene tiempo todavía.




Ella, que nunca ha tenido tanto dinero para gastar, se va a dedicar a invertirlo: unas medias para Juanita, la pequeña de los Rodríguez; una gabardina con capucha para Martín —el menor de los Núñez—,  que le conmueve cuando pasa por delante de su ventana al regreso de la escuela, con su pequeña cabecita empapada; una muñeca para Martita —la menor de los del segundo—: la pobre nunca ha tenido una y con tres  añitos...  

 La lista se hace larga, más larga que los mil euros regalados, pero su repaso proporciona a doña Cándida una increíble satisfacción virtual. Sus atenciones para con los vecinos siempre han derrochado voluntad y trabajo, pero ahí se acababa todo por falta de recursos dinerarios. Ahora, quisiera comprar regalos para todo el vecindario, aunque sabe que...
El domingo noche, tras su frugal cena, coloca el único billete que le queda del regalo en la mesilla de su cabecera. El papel es de cincuenta euros; los que necesita para la prenda. Lo acaricia con la mirada y, gozosa, se adormece.
Por la mañana, el lunes parece enfadado con el mundo y desde su cielo gris, llueve sin intermitencias. La anciana toma su café con leche, su tostada, una pieza de fruta y se prepara para la ansiada compra. Añade al billete unos pocos euros de su peculio pues, tras la compra, se va a dar el capricho de tomarse una taza de chocolate con churros, en LA  ESQUINA, local que regenta su amiga Felicitas. Se lo merece y... además, ¡estamos en Navidad!
Abrigada y protegida por un impermeable, doña Cándida despliega su paraguas al salir a la calle. Unos húmedos pasos la llevan hacia...
—Buenos días, Rufina; con este tiempo de perros, ¿dónde vas? —inquiere la inminente compradora.


—Hola Cándida, voy a... —la respuesta se pierde entre el fuerte repiqueteo de la lluvia contra el paraguas que, ahora, acoge precariamente a las dos ancianas. Mientras trata de que la escasa tela las proteja, se fija en los zapatos de su amiga. Viejos, cuarteados por encima, parte de las suelas levantadas y los cordones medio rotos que no encuentran ojales en los que apretar. ¡Tiene que tener los pies empapados! Habla unas palabras con Rufina y ambas discuten. Doña Cándida no se amilana y con firmeza, convence a su interlocutora. Al rato, las dos amigas salen de la zapatería LA IRROMPIBLE.



*          *          *

Mientras cocina su parva cena de Nochebuena, doña Cándida sonríe recordando las lágrimas de agradecimiento de su amiga. Las dos salieron contentas de la zapatería, camino de la chocolatería, LA ESQUINA. Bien es verdad que la toquilla tendrá que esperar un tiempo, pero ha merecido la pena contemplar lo bien que le sentaban los zapatos de agua, a Rufina.

*          *          *
 
—Ya voy, ya voy —exclama la mujer, mientras se seca las manos en su delantal, caminando hacia la puerta de entrada—.  ¿Quién podrá ser si no espero a nadie en Nochebuena?  —musita a continuación.
Sin recelo alguno, abre la puerta. Ella no tiene más que personas que la quieren en la vecindad, pero ante el espectáculo del rellano, está a punto de desvanecerse. Se repone del vahído lo suficiente como para poder contemplar a los Rodríguez, a los Serrano, a los Núñez, a los padres de Martita —la niña del segundo— y a otras muchas caras conocidas del barrio, llevando un primoroso envoltorio en cuyo exterior puede leerse MODAS JULIA.

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