Un adiós plasmado en la
nostalgia, es el dolor más inmenso que padeces cuando, como a un pobre
indigente, siempre sin pregunta alguna ni billete de regreso, te introducen en
la maldita dársena del desguace.
Encantado al principio,
viajas por sus muelles descubriendo que
la calidez tan profunda que trasmiten,
solo es una burda mentira y ves con
angustia, como la única salida es bordear los peligrosos senderos que te
conducen a una ciénaga triste y nauseabunda que oculta las arenas movedizas que
son el final obligado al que has sido condenado.
Solo te queda la esperanza
que una mano amiga o tal vez la propia tierra recoja tus cenizas y las
transforme en esa energía cósmica de la que siendo joven querías formar parte
para poder cambiar el mundo.
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