Los peligros del bosque.
—Caperucita, coge esa cesta
con provisiones y llévasela a la abuelita. Llevas varios días sin
ir a verla y ya sabes lo sola y desamparada que está. No te
entretengas por el bosque; merodea el lobo y podría comerte. Ataca,
sobre todo, a los niños y a los ancianos.
—Ya voy, mamá —responde,
sumisa, la niña.
Y así, alegre por volver a
casa de su abuelita, la pequeña alcanza las estribaciones del
bosque. Allí, se entretiene observando los rojos y blancos de una
amanita muscaria, gira la cabeza para guiñar un ojo al verderón
serrano que gorjea, sonríe a la lagartija que repta, se sienta en el
mullido musgo que tapiza la sombra del enorme roble y se empapa del
variado embrujo nemoroso.
De pronto, le viene a la
memoria el peligro anunciado por su mamá y, olvidando las mil
tentaciones que le ofrece la foresta, reanuda el camino. Siente
hambre y tentada está de tomar alguna golosina de las que lleva,
pero, desiste.
Tam, tam, tam.
—¿Quién es?
—Soy yo, abuelita, ábreme.
Te traigo una cesta con provisiones.
—Hola hija, ¿qué tal
estás?
—Bien, abuelita, bien, pero
estoy hambrienta. ¿Qué tienes, hoy, para comer?
—Estofado de lobo.
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