Cuando
oyó la voz de Javier al responder al teléfono, los recuerdos escondidos en su
corazón revivieron en su mente.
-Hola soy yo. ¿Te acuerdas de mí, Inés?
Para cuando nerviosa, Inés intentó contestar, la comunicación se había cortado.
¿Cómo no me voy acordar de ti? De ti y de nuestras vivencias de aquellos años juntos jamás podré olvidarme, se dijo en voz alta comenzado un nostálgico monólogo interno.
Todo empezó aquel día, te acuerdas Javier, cuando un viejo jesuita nos enseñó algo sobre hipnosis, meditación y algunas artes del pensamiento esotérico que no conocíamos.
Luego empezó nuestra carrera por conocer los límites de sensibilidad y conocimiento de los estados mentales a los que podíamos llegar y el deseo común de acceder a esos mundos sutiles con los que soñábamos. Recuerdo con mucho cariño aquellos intentos en los que juntadas las manos, queríamos acceder a utópicos y deseados estados alterados de consciencia.
Manteníamos, te acuerdas viejo amigo, una especial amistad quizás producto de la unión que producía el compartir el fracaso de nuestros matrimonios. Los dos convivíamos con nuestras parejas entre elaboradas mentiras de amor.
Recuerdo, querido Javier, y además creo que no podré olvidar jamás, el día que volviste de hacer aquella especie de ayuno en una extraña casa de salud ubicada en la montaña navarra.
Me relataste tu historia con aquella mujer, casi una niña, que te contó una noche triste de verano, la vieja leyenda en la que se juntaban junto al lago de la sabiduría todos los sentimientos. Al final de la leyenda, la tristeza se vestía con la capa de la ira y de tu relato, me llegó al alma la triste expresión de tu rostro, al recordar el comentario de aquella bonita compañera de que tu habitual mal genio, solo era el reflejo de la tristeza que llevabas en tu interior.
Tengo grabado el recuerdo, amigo Javier, de que te vi llorar recordando la historia, quizás era la primera vez que lo hacías y de verdad creo que no olvidaré nunca el recuerdo de tu triste sonrisa cuando mis labios intentaban con cariño, borrar las lágrimas de tu rostro.
Volvió a sonar el teléfono pero esta vez con pena, quizás con demasiada pena, Inés se dio cuenta de que la voz que hablaba no era la de Javier y de que la mujer que la llamada buscaba, no era ella.
-Hola soy yo. ¿Te acuerdas de mí, Inés?
Para cuando nerviosa, Inés intentó contestar, la comunicación se había cortado.
¿Cómo no me voy acordar de ti? De ti y de nuestras vivencias de aquellos años juntos jamás podré olvidarme, se dijo en voz alta comenzado un nostálgico monólogo interno.
Todo empezó aquel día, te acuerdas Javier, cuando un viejo jesuita nos enseñó algo sobre hipnosis, meditación y algunas artes del pensamiento esotérico que no conocíamos.
Luego empezó nuestra carrera por conocer los límites de sensibilidad y conocimiento de los estados mentales a los que podíamos llegar y el deseo común de acceder a esos mundos sutiles con los que soñábamos. Recuerdo con mucho cariño aquellos intentos en los que juntadas las manos, queríamos acceder a utópicos y deseados estados alterados de consciencia.
Manteníamos, te acuerdas viejo amigo, una especial amistad quizás producto de la unión que producía el compartir el fracaso de nuestros matrimonios. Los dos convivíamos con nuestras parejas entre elaboradas mentiras de amor.
Recuerdo, querido Javier, y además creo que no podré olvidar jamás, el día que volviste de hacer aquella especie de ayuno en una extraña casa de salud ubicada en la montaña navarra.
Me relataste tu historia con aquella mujer, casi una niña, que te contó una noche triste de verano, la vieja leyenda en la que se juntaban junto al lago de la sabiduría todos los sentimientos. Al final de la leyenda, la tristeza se vestía con la capa de la ira y de tu relato, me llegó al alma la triste expresión de tu rostro, al recordar el comentario de aquella bonita compañera de que tu habitual mal genio, solo era el reflejo de la tristeza que llevabas en tu interior.
Tengo grabado el recuerdo, amigo Javier, de que te vi llorar recordando la historia, quizás era la primera vez que lo hacías y de verdad creo que no olvidaré nunca el recuerdo de tu triste sonrisa cuando mis labios intentaban con cariño, borrar las lágrimas de tu rostro.
Volvió a sonar el teléfono pero esta vez con pena, quizás con demasiada pena, Inés se dio cuenta de que la voz que hablaba no era la de Javier y de que la mujer que la llamada buscaba, no era ella.
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