-Todo esto es
cierto, Tere; tan cierto como que estamos, ahora, hablando las dos.
-Pero, Beni,
¿cómo puedes hacer el amor de esa manera? Me da la sensación de que es una
forma un poco... diferenciada o muy peculiar, por no adjetivarla con más
rotundidad. Y ¿desde cuándo ocurre esto?
-Pues al poco
de conocernos; cuando iniciamos nuestras relaciones íntimas. Ya te he dicho que
Eugenio tiene un carácter especial: ni malo ni bueno; o... quizá las dos
cosas. Anotaría a su favor su simpatía,
su amabilidad, su galantería y atención para conmigo. También es guapo, varonil
y atractivo, cualidades capaces de hacer suspirar a más de cuatro mujeres. Pero...
existe un pero que, aunque no es obstáculo para que le quiera, me confunde y,
al principio, me descolocaba durante nuestro trato íntimo. Desde la primera vez
que me besó -preludio del consiguiente escarceo-, mantuvo un silencio absoluto hasta terminar. Cuando los hechos
pasaron a mayores, siguió con esa costumbre, actitud o manía -no sé cómo llamarla- que
perdura hasta la fecha.
-No quiero
pecar de morbosa, Beni, pero lo tuyo es algo tan pintoresco e inusual que me
gustaría...
-Verás, Tere.
En nuestros encuentros habituales, Eugenio se muestra como es: alegre,
simpático, hasta dicharachero diría yo; pero tras los primeros besos y caricias
enmudece por completo. Ni una palabra cariñosa, ni un suspiro gozoso, ni...,
sí, ni tan siquiera una mirada tierna, admirativa o lasciva. ¡Qué sé yo! Estoy
segura de que le vuelvo loco pues su quehacer en el amor es concienzudo y
metódico, aunque silencioso y ciego. Sus caricias no dejan libre ni un rincón
de mi cuerpo. Mi cara, mis labios, mi cuello, mis pechos son acariciados,
lamidos, sorbidos y estrujados con pasión, pero sin una mirada admirativa o
aprobadora. En zonas más íntimas, procede de manera similar y cuando se funde
conmigo, siempre me llena de voluptuosa felicidad y me conduce al éxtasis. Es
un maratón sensorial, táctil, de roces estudiados y sabios el que realiza en
cada unión. Un metódico magreo placentero para mí, aunque, a veces, echo de
menos el calor de una palabra o su aquiescencia visual. De todas formas y aún
así, con solo pensar en esos momentos se me estremece la dermis, la epidermis y
hasta la hipodermis.
-Y, tú
¿correspondes actuando de la misma manera?
-¡Venga ya,
Tere! Yo grito, suspiro, gimo, sollozo, ronroneo; le miro, le remiro, le
admiro, me extasío ante su bonito culo, retrato en mi mente su cuerpo, su...
bueno... eso. Yo gozo como una..., como una...
-Burra, Benita;
la palabra es burra. No te ofendas, pero por lo que me dices gozas como una
burra calentorra. Además, yo creo que eso no tiene nada de malo. Oye, ¿y por
qué, poco a poco, con el amor, no le vas instruyendo a Eugenio en las prácticas
visuales y fónicas?
-No sé..., no
sé..., Tere; a lo peor se me distrae charlando y mirando.
Comentarios
Publicar un comentario