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El voto de San Indalecio. (Una vieja historia de San Juan de la Peña)



En las creencias cristianas del hombre medieval se juntaban una gran devoción y una buena parte de supersticiones. Por esta razón  las reliquias y su culto  tuvieron un papel de gran consideración, en la edad media, por las aportaciones económicas que solían llevar consigo.

Las iglesias y los monasterios medievales se preocuparon  por hacerse con un buen número de ellas  con el objeto de que peregrinos y gente diversa se acercaran, inclusive desde lugares remotos, solicitando peticiones de todo tipo de todo tipo y  agradeciendo los favores recibidos con limosnas y donaciones piadosas.

Monasterio viejo de San Juan de la Peña



El cenobio de San Juan de la Peña no fue una excepción en la busca y obtención de reliquias.
No eran menos de 70  las reliquias de todo tipo conservadas en el monasterio según  recoge la información pinatense, destacando entre ellas:

--- Cuerpos de santos:

   - Los de  Juan de Atarés, San Voto y San Félix, tradicionalmente considerados como los primeros  habitantes del cenobio.
  - Los de Benito y Marcelo, supuestos continuares de la vida eremítica.
  - Los de San Indalecio y su discípulo Santiago.

--- Huesos y diversos restos de otros santos:

   -El cuello de Santa Águeda o un diente de San Nicolás.
   -Relicarios de San Felipe Apóstol, San Pedro Apóstol, San Juan Bautista y de varios santos.

--- Otros curiosos objetos:

   -Una piedra del pesebre donde nació Jesucristo.
   -Otra del Santo sepulcro.
   -Un pedacito del vestido de la Virgen.
   - Unas botellitas conteniendo leche también de la Virgen.
   - Fragmentos de la Vera Cruz, del vestido del Señor,  del pan del Señor y de la toalla con que          el Señor lavó los pies a sus discípulos.

Imagen de San Indalecio
De todos ellas la más  importante, tanto por la dificultad para poder conseguirla, como por la gran influencia que tuvo tanto en devoción de los fieles y peregrinos, así como por la gran repercusión económica que tuvo por la gran cantidad de donativos que en agradecimiento a sus “ milagros” recibió el monasterio, fue la de San Indalecio.
Según la tradición San Indalecio, nacido en Caspe, era una de las siete  “Varones Apostólicos”  que consagrados obispos  por  los apóstoles fundaron las primeras iglesias en España en el siglo I. ( Actualmente la historia, no está de acuerdo con la leyenda  y le sitúa en el siglo IV o V como primer obispo de Urci (Almería))


En los primeros años del  último cuarto del siglo XI, era abad del monasterio Sancho de Arinzana. Este abad que había viajado a Roma, Montecasino y Santiago, tres de los lugares  más importantes desde el punto de vista eclesiástico  en su época, al darse cuenta que  en San Juan de la Peña no había  entonces ninguna reliquia suficientemente atractiva , pensó en conseguir alguna que confiriera importancia internacional a su centro.
Informado de la existencia  del cuerpo de san Indalecio, entonces uno de los santos más emblemáticos, por Pedro de Almería, converso al servicio del rey, el abad Sancho decidió conseguir la reliquia del santo para San Juan de  la Peña, convencido de que atraería al monasterio a los numerosos peregrinos que venían desde  Alemania  y Francia hacia Santiago de Compostela.


Abadia de Cluny
El relato de la  historia del hallazgo de las reliquias y  su traslado a San Juan de la Peña, lo conocemos por  el testimonio  de un monje de la abadía borgoñesa de Cluny, llamado Hebretheme ,  testigo del solemne acto de recepción de la reliquia, el cual, a petición del abad Sancho escribió el relato de la aventura , llevada a cabo por dos monjes pinatenses  bajo la protección del  “Príncipe García”,  mercenario al servicio del rey musulmán en los reinos de las taifas de Murcia y Sevilla.

Este  militar pirenaico, familiar del abad Sancho, llegó camino de Santiago al monasterio donde el abad  pidió a su pariente que le ayudara en la consecución de la reliquia. 
Petición  a la que al regreso  de la peregrinación al sepulcro del santo, García accedió. Dos monjes pinatenses,  Evancio y García  fueron los designados por Sancho para acompañarle y llevar a cabo la misión.

Según sigue contando el monje Hebrethme, cuya historia parece creíble salvando los pasajes de la intervención angélica, poco después de llegar a los tres a Murcia, empezó la guerra por la posesión de la población de Bearia  entre Muhamamd ibn Abbad al  Mutamid, rey de esta taifa y el de Almería. 

Por este motivo el citado García recibió la orden de formar parte de las tropas que iban a recuperar esta ciudad. Este con los dos monjes y sus propios soldados llegó hasta Urci donde,  gracias a la intervención angélica, encontraron la iglesia y el sepulcro que contenía los restos del santo y consiguieron hacerse con ellos y con los de Santiago, su discípulo y sucesor en el obispado.
Claustro de San Juan de la Peña


Vueltos a Murcia los dos monjes emprendieron el viaje de regreso con sus reliquias en varias etapas, Denia, Valencia, Tortosa, Flix y Santa María de Ballarán ya en Aragón para finalizar el trayecto en San Juan de la Peña.
 En el llamado prado de San Indalecio fue edificada una pequeña iglesia, derribada en 1713, donde se depositó en un altar el cuerpo para ser recibido solemnemente por el rey Sancho  Ramírez, el príncipe Pedro, nobles y caballeros de Aragón junto  al abad Sancho y  sus monjes que había subido en procesión  desde el monasterio viejo hasta el prado.
Era el día de jueves santo de 1084.
 

Monasterio Nuevo de San Juan de Peña ubicado en el prado de San Indalecio
 
La posesión de estos relicarios prestigió  aún más al monasterio pinatense al compás de los grandes y numerosos  sucesos que sucedieron.
 Según cuenta el abad Briz en 1620 en su “Historia de San Juan de La Peña”, la intercesión del santo consiguió quellegando a él los fieles a representarle su necesidad de que remediase con Dios la situación de los  campos estériles y secos, luego acudía el cielo con lluvia milagrosa”.
 Otros milagros  recogidos en la zona, fueron  la curación de una ciega en el valle de Tena y de un enfermo de gota.
Rey sancho Ramirez
Pronto se empezó a notar la influencia económica de los milagros. En 1085 Sancho Ramírez entregaba en honor de San Indalecio la mitad del aceite que se obtenía en un olivar que el rey tenía en Aracués y una copa de oro.
En 1087 el propio rey concede a San Juan y San Indalecio cien sueldos  más un quintal y medio de cera para iluminar los altares en cuaresma.
Años más tarde existe una cesión de 25 sueldos para atender a los pobres el día de jueves Santo así como otra de 1000 sueldos anuales para vestido o calzado de los monjes.
No solo fueron concesiones reales sino que hubo también  de particulares, entre ellas  la  que 1084 hacía Gonzalo Garcés de Leza del monasterio de San Emeterio o la  cesión que  hizo Pedro Galinz en 1101 de sus bienes en Botayuela y otros lugares.


Pero el documento más importante con relación al santo  y sus reliquias es el del llamado “Voto de San Indalecio”, sobre todo por su influencia económica en el cenobio Pinatense.



Según este texto lo rectores vicarios y capellanes con los hombres de 233 villas cercanas, hicieron un solemne voto en 1187, dedicado a San Indalecio,  para lograr la llegada de lluvias para sus tierras.  (Existen dudas sobre la fecha de 1187 ya que el documento habla del abad Ferrando y este fue abad de San Juan de Peña del año 1195 a 1219)

La fórmula del voto decía así:

Nosotros  todos los  rectores de las Iglesias, Vicarias y capellanes, de la villas abajo nombradas , pidiendo a Dios perdón por nuestros pecados y que nos vemos oprimidos por muchos peligros y trabajos, especialmente por la falta de agua en nuestros sembrados y creemos los envía Dios para que nos enmendemos por tanto, humildes y devotamente unánimes y concordes, hacemos  voto solemne por nosotros y nuestros sucesores, a Dios y a la bienaventurada María , y al bienaventurado precursor San Juan Bautista y especialmente a la iglesia de  San Indalecio Obispo, que está en medio del monte de San Juan de la Peña y a todas la reliquias del dicho monasterio , delante del Dios y del señor Ferrando Abad y de todo el convento de dicho monasterio.
Y el voto que hacemos es del tenor siguiente: que vendremos una persona de cada casa todos los años en la infraoctava de Pentecostés de todas  las  villas abajo mencionadas  con procesión y letanías, con las cruces y clérigos con reverencia y devoción honorífica y honrosamente  como conviene al  Monasterio sobredicho de San Juan de la Peña.
Y aún añadimos a este solemne voto que daremos todos los años al cogedor de San Indalecio de cada jugo un cuartal de trigo y de una bestia o buey medio quartal, y de cada axadero medio quartal para luminaria y sustento de la iglesia sobredicha, para que el Señor y Dios nuestros se digne por los ruegos y preces del bienaventurado San Indalecio y de los demás  santos darnos a su tiempo agua y serenidad.

Peña Oroel en las proximidades del monasterio
Las localidades mencionadas que  suman 233 poblaciones, se distribuyen en un amplio territorio que incluye ambas márgenes del rio Aragón, los altos valles pirenaicos de Ansó, Hecho, Aisa, y Canfranc, La Garcipollera, la zona de Jaca y la Val Ancha, la de Senegüe, la de Bagües  y Los Pintanos, Bailo, el actual pantano de la Peña, la sierra de Santo Domingo, el somontano sur de la sierra de San Juan de la Peña, la ribera media del Gállego y zonas próximas a la Peña Oroel, mas unos cuantos lugares de la inmediaciones del   propio monasterio.

Pero el trascurso del tiempo, que todo lo consume, hizo que poco a poco fuese decayendo el cumplimiento de voto.  San Juan de Peña, quizás siguiendo las costumbres  de  otros  centros religiosos como Santiago de Compostela  y San Millán de la Cogolla, se fabricó un documento del voto a su medida, para poder obtener la confirmación del voto  por el Vaticano al objeto de combatir así la resistencia de varios pueblos a cumplir el voto  y asegurarse considerables cantidades de cereal.

Según  indica  Echeverz, monje de San Juan de la Peña en el siglo XVIII, el voto fue confirmado por Pio II en el año 1508 “en ocasión de una porfiada lite y popular resistencia que  duro por tres años”.

A pesar de la confirmación del Voto,  los donativos volvieron a reducirse con el tiempo. En 1620 el Abad Briz se quejaba de que por la tibieza de los tiempos  y porque muchos de los lugares citados estaban ya despoblados, las entregas solo servían para el sostenimiento de la iglesia del llano y  de un capellán que celebraba en ella 150 misas al año.



En 1735, refiere Echeverz que únicamente pagaban el Voto 35 lugares “contribuyendo con alguna porciones de trigo harto limitadas y no correspondientes a lo prometido en el Voto”, y que de ellas solo 18 del entorno del monasterio, realizaban la procesión.

La realidad es que la situación para los la iglesia de San Indalecio en los siglos bajomedievales fue  bastante más modesta que la que ofrecía el voto. Hubo un priorato con ese nombre que tenia  asignadas diversas heredades en Oruén y  que finalmente fue unido a la limosnería a  mediados de siglo XIV

Las reliquias  de San Indalecio se colocaron en un arca de plata adornada por piedras preciosas, regalo de Sancho Ramírez y esta se dispuso en el retablo mayor del altar de San Juan Bautista del monasterio viejo. Esta arqueta desapareció en el incendio de 1495.



Urna de San Indalecio

Los restos, que habían permanecido intactos, fueron depositados en otra más modesta. Tras la desamortización de Mendizábal el arca con el cuerpo del santo fue trasladada a la catedral de Jaca. Es una obra de plata repujada en cuya caja hay esta inscripción en latín que dice:



 La urna guarda los huesos del santo. El cielo su pensamiento”.
 



Comentarios

  1. Curioso cómo se las ingeniaban para atraer "turistas" y "clientes" en aquella época. Puro marketing. No somos tan diferentes hoy en día...

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