1º Que la ininterrumpida labor que ha
venido ejecutando hasta el presente no puede ser adjetivada como trabajo, pues
el trabajo suele ser remunerado y su actividad no le ha proporcionado un
puñetero euro, salvo la bagatela pecuniaria percibida por el campeonato de
Europa.
2º Que si ha realizado ese cometido —en
ocasiones con gran esmero y dedicación— sin obtener recompensa alguna, excepto
la satisfacción personal, se acerca peligrosamente a lo que la gente suele
llamar gilipollas.
3º Que ya va siendo hora
de espabilar, porque echándole un poco de imaginación al asunto y casi con la
misma entrega puede obtener algunos dineros. Así mismo piensa que si esa
imaginación al servicio de su logro es más que «un poco», los dineros también pueden ser más que «algunos»;
pueden ser considerables.
4º Que a ella, con
su locuacidad, con sus dotes persuasivas —heredadas de su abuelo, primo y
socio que fue del mítico León Salvador que, con su palabrería y facundia,
llegaba a vender peines a los calvos, billeteros a los desarrapados mendigos y
abanicos en Groenlandia— y su simpatía
innata, no le va a ser difícil sacar adelante el negociejo que está tramando.
Así que un buen día,
pone en marcha un cambio de criterio y de comportamiento. No reniega del «Nunca
se sabe», pero a la vez adopta «Quizá algún día» y también «¡Mira qué ganga!»
Luisa María Merillón,
en un pequeño localito que ha arrendado en el bajo de su domicilio, tras aderezarlo
y pintarlo, ha establecido una especie de chamarilería, pero en fino. Bueno, en
fino, según las soñadoras explicaciones que larga a los ocasionales clientes. En
torno a unas desflecadas alpargatas, que días atrás recogió en un vertedero
cercano, ha tejido la leyenda de que pertenecieron a Gary Cooper: calzado que
utilizaba el personaje para descansar durante el rodaje de Por quién doblan las campanas. Las ha vendido por 300 euros. “Oiga,
una ganga” “Quizá algún día puedan subastarse por una cantidad infinitamente
superior”, le suelta al satisfecho comprador de aquellas valiosas piezas que el
astro hollywoodiense olvidó en España.
La vieja,
deshilachada y recosida zamarra que desde tiempo inmemorial ha dormido entre
multitud de cachivaches inservibles de su desván, de golpe y porrazo, ha pasado
a pertenecer al vestuario que, en campaña, utilizaba Musolini. Luisa María
Merillón ha podido hacerse con tan preciada prenda gracias a la intermediación
de una amiga italiana cuyo abuelo estuvo, directamente, a las órdenes del Duce.
“Por ser usted, doña Matilde: si no, no me deshacía de esta preciada alhaja”,
halaga la señorita Merillón a doña Matilde Ciempozuelos, a la que ha aliviado de
900 eurazos del ala.
El orinado orinal,
que muestra su herrumbre con descaro, fue de don Manuel de Falla y el antifaz
que le dieron a la tía Anselmina en Iberia ―convenientemente recortado, sobado
y arrugado― se ha convertido en el parche ocular de la Princesa de Éboli.
«Una ganga, oiga»
«Quizá algún día…» salmodia a la clientela la señorita Merillón que, según
ella, de chamarilera ―en un pis-pas― se ha convertido en “colaboradora de
subastas de las prestigiosas y londinenses casas Chritie´s y Sotheby´s”. Por lo
menos, así luce el llamativo letrero frontal del bazar. Un dato: Luisa María ya no viaja en metro.
Mientras se dirige
al Mercedes que le espera en el garaje, va pensando que sin renegar de los eslóganes
que, hasta ahora, han presidido sus ocupaciones comerciales, va a añadir una
nueva consigna a su quehacer. Probablemente adopte: «Mundus stultorum* infinitus
est».
* Stultorum = genitivo
plural de stultus-stulti, de la 2ª declinación
Traducción = de los tontos.
Comentarios
Publicar un comentario