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Solo llanto. Agustin Mañero


Callada y mansamente llora el niño. Las lágrimas muestran su húmedo paso por la carita inmóvil, que ni un solo gesto altera. El llanto es solo eso: llanto.
 
— ¿Qué te pasa, cariño?  
         —Nada… —balbucea el pequeño.
         — ¿Quieres que juguemos con la moto nueva? —mima el padre, acunando en los brazos a su hijo.
         —No… —responde éste, de manera casi inaudible.
         Y el niño, acurrucado al amor paterno, llora.
         — ¿Quieres un poco de agua?
         —No… —apenas intuye la respuesta, el padre.
— ¿Jugamos con los hermanos?
Con un ligero movimiento de cabeza, niega el niño esa posibilidad.
   ¿Quieres ver la tele?
Nuevo gesto negativo a la pregunta paterna. El hombre no sabe qué hacer; qué ofrecer para distraer al chiquillo. Le desasosiega la llantina silenciosa de su hijito y le enternece la sufrida y muda actitud de éste.
—Pero, hijo, ¿me vas a decir qué quieres?
La criatura sin dejar el lagrimeo, suspira su congoja:
—Llorar… —dice el pequeño, a la vez que dirige sus húmedos ojos hacia su padre; ojos que parecen extrañados de que su progenitor —que todo lo sabe—, no comprenda su lamento.
Es una queja; su queja. 
Sólo eso.
 
 

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