Esta mañana, como ocurre cuatro veces por semana, me ha tocado coger el autobús para llegarme a la Universidad. “También son ganas” me suelen decir algunos de los que creen conocerme. “Bueno, uno es así, quizá un poco raro, pero…” contesto como pidiendo perdón a mi interlocutor, aunque ha sido él quien ha tocado un asunto que no le concierne y que, solamente, a mí atañe. En la parada y durante la espera al vehículo, se han acercado a la cola un par de chicos. Bueno, lo de chicos es un decir, pues denominarles así a dos individuos de 1,90 es una temeridad, cuando no, una tácita y subyacente venganza de quien solamente llega (llegaba) al 1,75. No parecían ser españoles y hablaban extranjero. Alguna borrosa palabra ha llegado a mis oídos que, por la lejanía en altura y por el deterioro de mis pabellones auditivos, he sido incapaz de distinguir su procedencia. Los he mirado con el cariño que, solamente, un tierno abuelo puede dispens...