Para entender la realidad de Ribagorza, el conocimiento
de la lengua vasca supone construir un largo puente que nos acerca hasta los antepasados más remotos, hasta los primitivos habitantes del condado.
Unos miles de años antes de Jesucristo, sin mayor precisión,
unos colectivos humanos desorganizados,
hordas poco numerosas y débiles deambulan por el territorio gracias a la
recolección y la caza, expuestos a mil peligros y calamidades. De aquellas hordas
se fueron separando paulatinamente elementos innominados que se asentaban en
lugares que pasaban a ser su propiedad, posesión y morada. Estos lugares fueron
designados por el aplicado por los demás
a su morador permanente y así nacieron los antropónidos.
Pronto surgió en esas propiedades la agricultura y más tarde
la ganadería. El asentamiento de la población, con derechos frente a terceros y
relaciones con elementos de la propia morada y con los vecinos alumbró
sucesivamente la familia, la tribu y en su estado más primitivo la
civilización.
La habilidad, el instinto
y la inteligencia de aquellos seres humanos dieron paso a un mayor
desarrollo, material, técnico afectivo e intelectual. Pero este grado aún
pareció bárbaro y salvaje a quienes muchísimos años después, nos dan la las
primeras noticias escritas de aquella tribus.No obstante aquella lengua tribal, tan primitiva, aglutinante, con marcadas diferencias de unas comarcas a otras ya había nominado a individuos y lugares; montañas, ríos lagos, poblamientos, cuevas y concavidades, crestas y simas. Ya había un amplísimo “corpus” toponímico en lengua vasca.
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