Con vacilante paso, avanza el niño por el solitario asfalto. Él no lo hubiese querido, pero su madre, aquella madre que tanto le cuida y protege, y en la que confía ciegamente, le ha dicho: “Anda hijo, ve al otro lado. Allí te espera tu padre”. Él no conoce a su padre; debe ser algo bueno tener padre cuando la gente habla a la vez del padre y de la madre. Ella sí que es buena. Le quiere. Y ¿su padre? Por fuerza ha de ser bueno, también. Se lo ha dicho su mamá y si se lo ha dicho ella, así será. Lleva más de dos años sin ver a su papá ¾ la mitad de su vida ¾ y no puede recordarle. En su casa ha oído hablar de él, a sus tías y abuelos, aunque la memoria del niño es corta. “Ve al otro lado, hijo; te espera tu padre”. Y venciendo su inseguridad, su temor a la solitaria andadura, sus temblorosas piernas le van llevando al encuentro que le han anunciado como dichoso. Confía en que lo va a ser; se lo ha oído a quien más quiere en el mundo..., pero la novedad del trance le atemo...