Recuerdo una vieja leyenda urbana que
circulaba por San Sebastián, en aquellos años en los que la jubilación para nosotros era una historia de viejos y que
decía más o menos así:
Una persona digamos que mayor, de
esas que pasean por La Concha todas las mañanas sin saber cómo pasar el tiempo,
quería antes de morirse, legar a la humanidad alguna obra de arte con la
que ser reconocida. Algo que identificara su nombre con un
mensaje poético que hiciera perdurar su memoria en todo el universo por toda la eternidad.
Como sus recursos artísticos eran mínimos,
no sabía cantar, ni dibujar, ni pintar, ni mucho menos esculpir, intentó
escribir una obra literaria maravillosa ya que tenía claro que escribir, sabía.
Como enseguida se dio cuenta de que él
solo, nunca lo lograría, empezó a pedir ayuda a todo el mundo que le rodeaba. Cansado de recibir negativas, pidió ayuda a Dios pero este tampoco le
hacía caso. Intento buscar otras formas de ayuda, misas negras, magias
esotéricas pero tampoco en ellas encontraba ayuda.
Triste, desesperado y aburrido, recurrió al demonio, al que rezó con devoción mendigando ayuda, ya
que era la única solución que le quedaba,
pero este tampoco aparecía.
Una noche como si fuera un sueño se
le apareció Belcebú, del que, al
principio asustado pero luego un poco más relajado, escuchó este mensaje:
“Yo no puedo hacer que escribas una obra de
arte pero si me vendes tu alma, podré hacer que todo el mundo reconozca tu
autoría en la obra literaria que desees”
Elige el libro que quieras, le dijo Satanás, y te
prometo que todo el mundo te reconocerá a ti como su
autor. Yo solo quiero tu alma.
La historia termina cuando el
jubilado le dice al demonio que quiere ser el autor de la Biblia y este,
cabreado, desaparece del sueño, al darse
cuenta de qué no podía cumplir su oferta.
Esta historia se la conté, en plan moralista, a un amigo mío
cuando me preguntó por una vieja historia sobre la invasión de Igueldo en 1926, por parte de un comando musical
subsahariano. Parece que ahora, de
viejo, está haciendo un cursillo para
ser escritor y tenía que contar algo sobre este, en principio poético, tema.
L a respuesta a su pregunta, según le expliqué, es sencilla
aunque poco romántica. Un año antes, en 1925, el gobierno había prohibido el
juego en España y los mentores de la sociedad Monte Igueldo tuvieron que
cambiar la actividad de juego en el casino por la de un elegante salón de
baile. Lo que no esperaba San Sebastián es que la orquesta africana contratada,
viniera acompañada por
toda la tribu con los hechiceros a la cabeza.
No sé si mi amigo abandonará la idea de ser
un literato, pero espero por su propio bien, que
si presenta el trabajo no mencione la leyenda que le conté, ya que en el fondo no es urbana, la robé en
Internet y la he fusilado para que no
sea reconocible.
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